jueves, 10 de mayo de 2012

Diario de un exorcista

Por Omar Giménez

misteriosdelaplata.blogspot

Desde hace más de treinta años el padre Carlos Mancuso se especializa en un antiguo y controvertido ritual de la iglesia católica, ideado para expulsar a los demonios del cuerpo de los poseídos: el exorcismo. Hoy es un referente internacional en la materia. Mientras trabaja lleva un registro. Algunos de los casos que fue escribiendo acaban de ser publicados en un libro. Cómo es la actividad del sacerdote nacido en Los Hornos que despierta curiosidad entre creyentes y no creyentes.

Con letra manuscrita, con constancia, con detalle, el padre Carlos Mancuso se dedicó durante más de treinta años a asentar en un cuaderno los exorcismos que iba practicando y que lo fueron convirtiendo en un referente en la materia adentro y afuera de la Argentina. Seguía una recomendación del actual arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, interesado en que quede un registro de ese trabajo para los curas más jóvenes interesados en seguir sus pasos. De entre esos casos, Mancuso eligió algunos de losR239592 más destacados y los reunió en un libro recientemente editado en la argentina, que viene a reinstalar un tema controvertido aún en el seno de la misma Iglesia. Y que pone el foco sobre un personaje que, sin moverse de La Plata, logró despertar el interés y la curiosidad de creyentes y no creyentes de distintos puntos del mundo.

Nacido en la maternidad platense en 1934, hijo del inmigrante siciliano Salvador Mancuso y de María Estela Alessi, Carlos Mancuso se crió en Los Hornos junto con una hermana, Luisa Alejandra, que hoy es monja. De sus días de infancia recuerda que los vivían "devotos y obedientes", entre oraciones. En 1951, con 17 años ingresó en el Seminario Menor de 149 entre 62 y 63 y continuó sus estudios en el Seminario Mayor, donde ya demostraba un interés por el esoterismo que lo acompaña hasta ahora.

Pero fue en los años `80, cuando tropezó con el caso de una catequista poseída, que cambiaría su vida. Es que, aunque quien estaba a cargo de aquel exorcismo era el padre Antonio Sagrera, Mancuso dice que la ira de la entidad que trataban de combatir se dirigía exclusivamente a él: "Fuera, basura", le gritaba con la voz desfigurada la catequista, dueña de un aspecto "temible, débil y feroz". Tanto, que uno de los sacerdotes puso en palabras lo que todos los participantes, a esa altura, pensaban "mire", le dijo, "es con usted la cosa".

Así se inició su ininterrumpida batalla con los demonios que lo puso frente a algunos de los casos presentados en su libro "Mano a Mano con el Diablo, Crónicas de un cura exorcista", recientemente editado por Sudamericana: el caso de Enrique, un poseso que salió reptando como una serpiente por la puerta de la Iglesia San José tras oír la oración ritual; el de Francisco, un vecino de Olmos que aterrorizaba a todos con sus aullidos y huía a cada intento de exponerlo a la oración del exorcista, quien finalmente fue trasladado por 25 personas hasta el lugar donde finalmente se lo exorcizó; el de Ignacio, el joven al que se le aparecía un demonio a los pies de un nogal.

Ya alejado de las tareas parroquiales que lo ocuparon durante gran parte de su vida -y que hoy admite no extrañar- Mancuso sigue fiel a la práctica de los exorcismos. Y descubre cada día que no hay rutinas para el oficio de administrar uno de los más misteriosos e impactantes rituales del culto católico. Las citas de todos los viernes en las que recibe a una treintena de presuntos posesos cada vez en el Hogar Sacerdotal de 60 entre 27 y 28, le siguen deparando, todavía, grandes sorpresas.

SECRETOS DE UN RITUAL IMPACTANTE

La última se produjo hace 20 días. Mancuso se disponía a exorcizar a un joven de unos 20 años que había llegado con su madre. Ella decía que el chico estaba endemoniado. Experto en este tipo de situaciones, el sacerdote cree que lo más importante de su trabajo es el diagnóstico: determinar cuándo está frente a un caso de posesión y cuando frente a una enfermedad mental, una sugestión o aún, una cargada, dice. Y en el 90% de los casos, el problema es mental y lo que él aconseja es una visita al psiquiatra.

Mancuso afirma que una de las armas más eficaces para saber la respuesta a ese interrogante es remitirse a los orígenes de cada caso. Quiere que le cuenten el principio de la historia, el momento bisagra en que la persona afectada comenzó a experimentar un inquietante cambio de conducta que terminó afectando a todo el entorno familiar. Y después apela a la oración del exorcismo, la misma que fue creada en 1614 y aggiornada en los años `90, que se sigue leyendo en latín con un crucifijo en la mano, igual que en el medioevo, pero en plena época de la nanotecnología, las computadoras personales y los teléfonos inteligentes.

La madre del joven afectado había contado que éste cambió completamente su conducta después de frecuentar a grupos ocultistas, cultos satánicos, practicantes de magia negra y gente que tiraba las cartas del tarot. Cuando Mancuso leyó la oración, el joven reaccionó violentamente. Esa es la señal, dice el sacerdote. Los que él considera que están endemoniados son los que piden que la oración no se lea, los que la evitan, los que la retrasan, los que agreden. Entonces Mancuso no insiste. Guarda su libro de oraciones y les da un turno para otro día.

La mayoría vuelve y también lo hicieron los protagonistas de esta historia reciente que, como todas, tuvo lugar en La Plata. Mancuso los citó en el Hogar Sacerdotal, donde hay una sala que se prepara para realizar los exorcismos. ¿Qué hay allí? No demasiado: un colchón ("porque cuando el demonio se va los que estuvieron posesos suelen desvancerse", apunta el cura), algunos sacerdotes jóvenes interesados en ver las prácticas y aprenderlas y dos o tres voluntarios corpulentos y fuertes por si es necesario contener físicamente al poseso en el pico de su agresividad.

Hasta ese lugar llegaron madre e hijo para que se inicie un exorcismo que iba a ser diferente a los demás. Porque cuando Mancuso comenzó a leer la oración escrita en el siglo XVII no fue sólo el hijo el que se transformó profiriendo una catarata de insultos descontrolados contra el cura (hasta ahí, una reacción clásica). También la madre estalló en alaridos, atacando a Mancuso con igual furia ante la sorpresa de todos. Fue necesario apelar a un imprevisto exorcismo doble.

"La entidad que estaba dentro de la madre salió rápido, a la primera oración. Con el muchacho la cosa fue mucho más difícil: hubo que exorcizarlo tres veces", dice el sacerdote.

EL FOLCLORE DE LOS EXORCISMOS

A pesar del tenor del relato, de la siniestra materia de la charla, Mancuso jamás pierde el sentido del humor. Y recurre con frecuencia a la ironía. Lo hace cuando se detiene en los casos de aquellos que se presentan ante él con relatos sacados del folclore del exorcismo instalado por el cine, a través de películas como "El Exorcista", "Estigma" o El Exorcismo de Emily Rose" (ver aparte). Esos casos, frecuentes, se mezclan en un 90% de consultas en las los que el sacerdote no detecta posesión alguna. La mayoría corresponde a familiares de una persona que sufre serios problemas de conducta como consecuencia de un trastorno mental que niegan, que no alcanzan a asumir. A ellos se los deriva a un psiquiatra.

"Muchos vienen diciendo que su hijo levita, que vomita sustancias verdosas, que habla en arameo, en sánscrito. Entonces yo le pregunto, 'ah, ¿y usted cómo sabe? ¿habla sánscrito?'", dice Mancuso, quien asegura que en su larga carrera de exorcista jamás vio ese tipo de conductas durante un ritual, como tampoco la situación planteada en la película "El Exorcista", basada en el libro de William Peter Blatty, en que un demonio abandona a una persona para ingresar en otra.

Entonces, dice de los exorcismos que son "mucho menos espectaculares" que lo que la gente imagina. Y que tienen menos jerarquía que los sacramentos (la comunión, la confesión). Dice también que la mayor parte de las personas que los requieren son jóvenes y son mujeres. Y lo explica: "Al demonio le gusta estar en un cuerpo joven; si vienen con una persona de más de 60 años a decirme que está endemoniada desconfío". ¿Por qué mujeres?: porque ellas son más propensas a establecer contacto con esa suerte de "puerta para los espíritus que representa la magia, la adivinación, el ocultismo".

Dice de los exorcismos que siguen dividiendo opiniones aún en el seno de la iglesia católica, donde son muchos los que consideran que se trata de ceremonias anacrónicas y se la desacredita. Dice también que algunas veces, cuando se acaba el ritual, queda en el recinto un olor a quemado que nadie puede explicar.

EXORCISMOS DEL SIGLO XXI

En su libro "Historia del Diablo" (Fondo de Cultura Económica 2002), el historiador Robert Muchemblend cuenta cómo la creencia en Satanás entra en la historia de occidente, de la forma en que hoy se la conoce, en el siglo XII, en el marco de una Europa en plena transformación: un continente política y socialmente muy fragmentado, que comienza a producir un lenguaje simbólico identificador y unificador de las creencias, fomentado tanto por el papado como por los grandes reinos. Hacia el final de la Edad Media, la imagen del diablo se transforma en obsesión y la demonología se convierte en una especialidad teológica central, al punto que el médico Jean Weir llega a afirmar, en el siglo XVI, que Satanás es un emperador infernal que conduce de manera autoritaria 1.111 legiones de 6.666 demonios cada una: 7.405.926 secuaces, según su detallado cálculo.

Lejos de desaparecer con el correr de los siglos, la creencia en el demonio goza de buena salud en buena parte del mundo todavía hoy. Roger Caillois anunció en 1974 que "el infierno vuelve al galope" y Muchembled lo cita en su libro cuando describe cómo la Iglesia Católica redefinió el ritual del exorcismo en 1999 y multiplicó la cantidad de sacerdotes encargados de esa función (sólo en Francia pasaron de 15 a 120 desde esa fecha).

Este nuevo auge del exorcismo en pleno siglo XXI también tiene su reflejo en La Plata, en la treintena de personas que, desde distintos puntos del país y el conurbano bonaerense, llegan hasta el Hogar Sacerdotal cada viernes, para plantear sus pesares a Mancuso.

En los relatos de esos feligreses Mancuso encuentra, en ocasiones, alguna de "las tres formas de actuar que tiene el demonio: Por infectación del lugar, típico de las casas donde se producen ruidos extraños o se abren solos cajones y puertas. También por obsesión, que se produce cuando la víctima, sin ser poseída, padece el asedio de una entidad que lo perjudica y lo molesta. O la posesión propiamente dicha", enumera el sacerdote.

¿Qué pasa cuando el exorcismo termina?: Mancuso dice que una de las cosas que les critican desde la psiquiatría es que no se haga un seguimiento del afectado. "Pero es algo que no podemos hacer, porque no contamos con los medios necesarios", dice. Otra cosa llamativa, es que el episodio rara vez tiene repercusión en la vida espiritual futura del que lo vive.

"La gente suele ser muy superficial, viven el aquí y el ahora. No hay una transformación extraordinaria en sus vidas después de un exorcismo. Y la mayoría no se convierten al catolicismo", reconoce.

¿Pero quiénes son los demonios que Mancuso expulsa? En este aspecto, el sacerdote se muestra tajante: no lo sabe ni quiere saberlo. Ni siquiera cuántos hay. Uno de los mandatos de la Iglesia para los curas exorcistas impide que se entablen diálogos con la entidad a expulsar, aún cuando ésta, según Mancuso, siempre trata de enredarlos en una conversación.

Apenas aporta esta definición, un poco de manual: "los demonios son ángeles de Dios, creaciones de Dios que se revelaron contra él, se convirtieron en seres maléficos y combaten a Dios y sus criaturas y le ponen acechanzas al hombre".

Sentado en su escritorio, frente a una biblioteca cargada de libros que hacen referencia a vidas de santos más que a la demonología, Mancuso reconoce que el oficio de exorcista condiciona la mirada de los otros: "hay gente que hasta me tiene miedo y otros que sienten un respeto reverencial. Me miran como diciendo, `este hombre tiene poderes extraordinarios y se comunica con el más allá'".

Los recuerdos del exorcista siguen su curso y través de los vidrios se ve atenuarse la luz de la tarde. Durante la entrevista, Mancuso se excusó en varias ocasiones para interrumpir la charla: ante la llamada de un padre de Neuquén, preocupado porque su hija tenía comportamientos extraños frente a las imágenes sacras, ante el requerimiento de uno de los voluntarios que lo ayudan a contener a los endemoniados durante los rituales. Hechos capaces de estremecer y dejar sin sueño al lego. Pero que en el relato del exorcista platense suenan a los claros y los oscuros de un oficio conocido.

Fuente: Diario El Día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario