martes, 26 de junio de 2012

Historia de la Reforma Litúrgica

 

I) Los antecedentes

LOS ANTECEDENTES: EL MOVIMIENTO LITÚRGICO EN TIEMPOS DE PÍO XII

La reforma litúrgica del Vaticano II es heredera del movimiento litúrgico, iniciado en Francia por Dom Prospero Gueranger hacia la mitad del siglo XIX. Dom Gueranger (en la foto, abajo) fue el restaurador de la orden benedictina en Francia, y para ello se instaló en el antiguo priorato benedictino de San Pedro de Solesmes, casi completamente destruido. Más tarde ese priorato fue erigido en abadía, convirtiéndose en la cabeza de una congregación monastica que puso la liturgia como principio fundamental de toda su espiritualidad, y lo mismo hicieron los hermanos Wolter con la restauración benedictina en Alemania. De este modo se contribuyó a crear una corriente de simpatía en torno a la celebración litúrgica por Europa y parte de América. Ese movimiento tuvo su primer espaldarazo pontificio con el “motu proprio” de san Pío X Tra le sollecitudini, del 22 de noviembre de 1903, en el que se decía: “Siendo nuestro mas ardiente deseo que el verdadero espíritu cristiano reflorezca de todas maneras y se mantenga en todos los fieles, es necesario preocuparse ante todo de la santidad y dignidad del templo, donde los fieles se reúnen para encontrar precisamente este espíritu en su fuente primera e indispensable, que es la participación activa en los sacrosantos misterios y en la plegaria pública y solemne de la Iglesia“.

Los centros monásticos de irradiación litúrgica crearon multitud de publicaciones, lanzadas por doquier para fomentar el amor a la liturgia y a la instrucción y participación activa de los fieles en la misma. Fue esto tan positivo que mereció una alabanza de Pío XII en su carta encíclica Mediator Dei, del 20 de noviembre de 1947. Esta irradiación del apostolado litúrgico estimuló a muchos a cultivar el estudio de la liturgia en sus fuentes y en sus diversos aspectos. De este modo se creaba un ambiente propicio para que prestigiosos sacerdotes, religiosos y laicos se reunieran periódicamente a tratar con toda profundidad algún aspecto de la liturgia, dentro de una atmósfera espiritual de gran relieve. Surgieron nuevos centros de estudios litúrgicos con sus propias publicaciones, que ayudaron a crear y fomentar un gran entusiasmo por todo lo referente a la sagrada liturgia, como el Centro de Pastoral litúrgica de Paris, el Instituto litúrgico de Treveris y otros semejantes. También fue notable la actuación del equipo que editaba “Ephemerides liturgicae” de Roma, que captó desde el principio las realidades del movimiento litúrgico y las dio a conocer en grandes sectores de la jerarquía de la Iglesia.

Para coordinar los esfuerzos de los especialistas del mundo entero, el Instituto litúrgico de Treveris en 1951 tomó la iniciativa de invitarlos a la abadía benedictina de Maria Laach, donde se celebraron las primeras jornadas litúrgicas sobre el tema “los problemas del Misal Romano". A la conclusión, fueron enviados a Roma los votos en que se recogían los puntos principales que requerían reforma: doblajes, oraciones al pie del altar, lugar de la liturgia de la Palabra, la ordenación de las lecturas bíblicas, la plegaria universal de los fieles, nuevos prefacios, la fragmentación del canon con sus respectivas conclusiones (diversos “Amen"), el acto penitencial antes de la comunión en la misa, los ritos finales, etc. Desde entonces estos encuentros se celebraron de un modo regular hasta el año 1960. En ellos se pasó revista a casi todos los aspectos de la reforma litúrgica. En su organización intervino también el Centro de Pastoral litúrgica de Paris. Al congreso de Mont-Saint-Odile, cerca de Estrasburgo, acudieron especialistas de nueve países europeos, que, desde el 21 al 23 de octubre de 1952, estudiaron el tema de El hombre moderno y la Misa. También se enviaron a la Santa Sede las sugerencias más adecuadas, de modo especial las referidas a las lecturas bíblicas en la misa y a la estructura del Misal en los ritos y oraciones que siguen a la recitación del padrenuestro.

Del 14 al 18 de septiembre del 1954 tuvo lugar en Lugano la 3ª Sesión Internacional de estudios litúrgicos. Tuvo por tema principal La participación activa de los fieles según el espíritu de Pio X. Este congreso de liturgia estuvo avalado por la presencia del cardenal Ottaviani, secretario del Santo Oficio, y por otras personalidades de la Curia romana. Se pidió a la Santa Sede la introducción de la lengua vernácula en las lecturas bíblicas de la Misa y en los cantos y oraciones del pueblo fiel. Se pidió ardientemente la restauración de toda la Semana santa, al estilo de la Vigilia pascual.

La Santa Sede señaló los dos temas que habrían de estudiarse en la 4ª Sesión de estudios litúrgicos que habría de celebrarse en Mont-Cesar (Bélgica) desde el 12 al 16 de septiembre de 1954. Esos temas fueron la ordenación de las lecturas bíblicas en la Misa y los problemas de la concelebración eucarística. A partir de 1956 estos congresos internacionales adquirieron una repercusión mayor; en efecto, el celebrado en este año ganó relevancia debido a la parte que tuvo en él la jerarquía de la Iglesia. Tuvo lugar en Asís-Roma durante los días 14-17 de septiembre y lo presidió el cardenal Gaetano Cicognani, Prefecto de la Congregación de Ritos. Pío XII participó en la clausura con un discurso programático de altísimo valor. Se estudiaron en él diversos aspectos de la pastoral litúrgica y de modo especial la historia y la reforma del Breviario. En 1958 el Congreso se celebró del 8 al 13 de septiembre en Montserrat, y el tema principal fue el de la reforma de los sacramentos de la iniciación cristiana, de modo especial el bautismo.

Munich fue la sede del 7.° Congreso internacional de Liturgia, del 30 de julio al 3 de agosto de 1959. El tema fue el de la celebración eucarística en las Iglesias orientales y occidentales. Sin estos congresos no hubiera sido tan fácil ni rápida la reforma litúrgica promovida por el concilio Vaticano II. Juntamente con ellos, se dieron en diversos lugares reuniones de liturgistas más o menos importantes en orden a la reforma litúrgica de la Iglesia en Occidente.

Sin duda el gran Papa de la liturgia fue Pío XII, tanto en lo que se refiere a su aspecto doctrinal como en sus realizaciones prácticas. Son muchos los documentos que promulgó referentes a la liturgia; sobresalen dos de gran importancia: la enciclica Mystici Corporis, del 29 de junio de 1943, y la encíclica Mediator Dei, del 20 de noviembre de 1947. Por otro lado, el esquema que se distribuyó a los Padres conciliares del Vaticano II para el estudio del tema de la liturgia estaba plagado de citas de Pío XII. Este Papa, eximio entre los grandes que ha tenido la historia del Pontificado romano, al ver la fuente espiritual que la celebración litúrgica lleva consigo, fue madurando en su mente una reforma general de la liturgia. En la audiencia concedida el 10 de mayo de 1946 al Prefecto de la Congregación de Ritos, cardenal Salotti, Pío XII le expresó el deseo de que se comenzase a estudiar el problema de la reforma litúrgica en general. Mas tarde, el 27 de julio de ese mismo ano, en la audiencia concedida a monseñor Carinci, secretario de la referida Congregación, se decidió que se crease una comisión especial de expertos para que estudiasen el asunto e hicieran propuestas concretas para la reforma general de la liturgia.

En octubre del mismo año, el vicerrelator general de la sección histórica de la Congregación de Ritos, padre Jose Low, redentorista austriaco, inició el esquema del proyecto. El trabajo duró unos dos años y fue publicado en una tirada de 300 ejemplares, como Positio de la sección histórica de la misma Congregación. Llevaba por título Memoria sobre la reforma litúrgica.

Los dos puntos mas desarrollados eran los referentes al año litúrgico y al Oficio divino. Para lo demás se decía allí que se prepararían estudios especiales. De hecho, se redactaron unos cuarenta, algunos de muy pocas páginas. Cuatro se publicaron como complementos de la referida Memoria. El primero fue del benedictino Anselmo Albareda. Trató de la graduación litúrgica, y no gustó por ser complicado, artificial y prácticamente irrealizable. El segundo contenía las observaciones a la referida Memoria de los padres Capelle, benedictino; Jungmann, jesuita, y monseñor Righetti. El tercero recogía el material histórico hagiográfico y litúrgico para la reforma del Calendario. Era el más importante y de hecho ha servido mucho para la reforma del Calendario realizado después del Vaticano II. El cuarto contenía el resultado y deducciones de la consulta que se hizo al episcopado mundial sobre la reforma del Breviario. Respondieron unos cuatrocientos obispos.

En 1948 fue nombrada la comisión para la reforma litúrgica. Presidente de la misma fue el mismo prefecto de la Congregación de Ritos, que entonces era el cardenal Micara. Miembros de la comisión fueron monseñor Carinci, secretario de dicha Congregación; Fernando Antonelli, franciscano, relator general de la misma; Jose Low, redentorista, vicerrelator; Anselmo Albareda, benedictino, prefecto de la Biblioteca Vaticana; Agustin Bea, jesuíta, director del Pontificio Instituto Biblico y confesor de Pío XII, más tarde cardenal; Anibal Bugnini, paúl, director de la revista “Ephemerides Liturgicae", que fue nombrado secretario de la comisión. En 1951 se añadió a ésta monseñor Enrico Dante, luego cardenal; en 1960, monseñor Pedro Frutaz, relator general de la Congregación; don Luis Rovigatti, parroco de una iglesia de Roma; monseñor Cesareo d’Amato, abad benedictino de San Pablo Extramuros de Roma y obispo titular de Sebaste de Cilicia; Carlos Braga, paúl, del equipo de “Ephemerides litúrgicae". En 1953 el cardenal Micara fue nombrado vicario de Roma, y le sustituyó el cardenal Gaetano Cicognani en la presidencia de la comisión y en la prefectura de Ritos.

La primera reunión de la comisión se tuvo el 22 de junio de 1949. Se pensó en un principio que sería cosa de poco tiempo; pero el padre Bea dijo que para revisar las lecturas bíblicas que se leen en la liturgia y el salterio se necesitarían unos cinco años. Algunos quedaron desilusionados, pero era el plazo mínimo que se requería también para otras partes de la liturgia. En los doce años de existencia (1948-1960) la comisión tuvo mas de ochenta reuniones y trabajó en absoluto secreto, tanto que la publicación de la reforma de la Vigilia pascual, en marzo de 1951, cayó de sorpresa a los mismos oficiales de la Congregación de Ritos. La comisión gozó siempre de la plena confianza del Papa, que estaba al corriente de todo por su propio confesor, el padre Bea. Por eso se lograron grandes resultados, inesperados para no pocos. No se llego a más por el anuncio de la celebración del concilio Vaticano II.

Se llevó a cabo una revisión de todos los libros litúrgicos. En 1955 se promulgó la Semana santa restaurada, con gran gozo de todo el pueblo cristiano, aunque en algunos lugares, como en Sevilla, la misa vespertina del Jueves santo no causó buena impresión y aún se propone que se vuelva a la practica anterior. Al pontificado de Pío XII hay que añadir la revisión del Salterio, en 1945; las misas vespertinas y la nueva disciplina del ayuno eucarístico, en 1953; la simplificación de las rubricas del Breviario y del Misal, en 1955; multitud de rituales bilingües, etc.

 

II) Intrigas en la preparación del Concilio

APARECE EN ESCENA MONS. ANNIBALE BUGNINI

En el discurso del 25 de enero de 1959 a los cardenales, en la basílica de San Pablo Extramuros de Roma, curiosamente Juan XXIII no mencionó la liturgia como posible tema conciliar. Todos quedaron muy extrañados de ese silencio sobre un tema tan importante para la vida de la Iglesia. Llovieron las peticiones a la Santa Sede. El 25 de julio de 1960 escribió Juan XXIII en el “motu proprio” Rubricarum instructum: “Después de haber examinado por mucho tiempo y con detención, hemos decidido que en el próximo concilio ecuménico se deben proponer los grandes principios para una reforma litúrgica general“.

Pero esto se había decidido ya antes, pues el 6 de junio de 1960 se creó la comisión litúrgica preparatoria y era nombrado presidente de la misma el prefecto de la Congregación de Ritos, cardenal Gaetano Cicognani. El 11 de julio del mismo año se nombró secretario de la comisión al padre Anibal Bugnini, de controvertida memoria. Se nombraron miembros de la comisión y peritos, en un total de 65. En esto, como en otras muchas comisiones conciliares, ni estuvieron todos los que eran ni eran todos los que estuvieron, pero había en ella personas de gran relieve en el campo de los estudios litúrgicos y experiencias pastorales.

Después de la reunión de la comisión, se crearon varias subcomisiones: Sobre el ministerio de la sagrada liturgia y su relación con la vida de la Iglesia, la Santa Misa, la concelebración sacramental, el Oficio divino, sacramentos y sacramentales, el Calendario litúrgico, la lengua latina, la participación de los fieles en la liturgia, las vestiduras sagradas, la música sagrada, el arte sagrado, etc. Estos temas fueron sacados de las proposiciones que hicieron los obispos de todo el mundo y otras personas competentes en la materia. La reunión se tuvo del 12 al 15 de noviembre de 1960 y el tema de la primera subcomisión fue propuesto por el padre Bevilacqua. Fue una proposición atinada y luego se convirtió en el tema más importante de lo que sería el proemio y el primer capítulo de la constituciónSacrosanctum concilium, por obra principalmente del benedictino padre Cipriano Vagaggini. Es gran lástima que no se tenga en cuenta el proemio y el capítulo primero de esa constitución conciliar. Muchos de los desbordamientos que se han dado posteriormente en materia litúrgica adolecen de falta de conocimiento de esa parte maravillosa de la Sacrosanctum concilium.

En la primavera de 1961 se reunieron en Roma los componentes de la comisión litúrgica para discutir los trabajos de las respectivas subcomisiones. Todo este rico material se llevó a la mesa del secretario, padre Bugnini, para darle su última forma. Con dicho material se formó un volumen de 250 páginas en ciclostil, que fue enviado a todos los miembros de la comisión el 10 de agosto de 1961, con una carta en la que se decía que remitieran lo más pronto posible al secretario las observaciones que creyeran oportunas. Se pensó, y más o menos así se realizó, que el 10 de septiembre se terminara el plazo para enviar las observaciones; que el 10 de octubre la secretaría de la comisión enviaría el nuevo esquema con las observaciones insertadas; que el 1 de noviembre se terminara el plazo para enviar las observaciones al segundo esquema; que en los días 15-16 de noviembre se convocaría a la comisión para la aprobación definitiva del texto, y que el 15 de diciembre del mismo año 1961 se presentara el texto definitivo a la secretaría general de la preparación del concilio.

En ese momento comenzaron las intrigas del padre Annibale Bugnini - experto en liturgia de intachable carrera hasta entonces, que ya había colaborado con Pío XII en las reformas emprendidas por este Papa- cuando decidió tener en la casa “Domus Mariae” de Roma una reunión de varios miembros de la comisión, sin llamar a los demás, obviamente llamó a aquellos que eran de su cuerda, con la idea descarada de teledirigir los trabajos del concilio en tema de liturgia. Esto ocasionó obviamente la sospecha de los demás miembros y consultores de la misma no llamados para esa reunión y creo muy mal ambiente en el seno de la comisión. Esto provocó, como veremos en el siguiente número, que el P. Bugnini fuera alejado de los trabajos del Concilio, aunque después, como por arte de magia, se convirtió en el gran fautor de las reformas del postoncilio. Las consecuencias fueron tan desastrosas que aún queda alguna huella, aunque casi todo se normalizó cuando Bugnini, convertido ya en arzobispo, fue alejado de la Congregación para el Culto divino, de la que era secretario, y luego de la misma Roma; pero no adelantemos acontecimientos. Se ha querido camuflar dicha reunión diciendo que el capitulo primero era el más pobre y necesitaba una nueva redacción, siendo así que fue el mejor elaborado, quedando prácticamente igual en sus líneas fundamentales. La reunión se tuvo en los días 11-13 de octubre de 1961. Desde ese mo¬mento se miró con sospecha lo referente a la sagrada liturgia por parte no solo de algunos miembros y consultores de la misma comisión sino por muchas personas que pertenecían a otras comisiones y eclesiásticos de relevancia en general. Así apareció luego en el aula conciliar y mucho más en el periodo posterior al concilio. Personas de gran relieve en la Iglesia, ganadas para la causa litúrgica y verdaderamente entusiasmadas, miraron ya con prejuicio lo concerniente a la liturgia.

Todavía recibió el texto del primer capítulo una nueva revisión, provocada por un consultor de pocos alcances que lo deseaba. Se tuvo una reunión el 10 de enero de 1962 con peritos de otras subcomisiones. Pero el texto quedo sustancialmente el mismo después de una acalorada discusión. Todos los demás capítulos recibieron retoques más o menos acentuados. Las observaciones enviadas sobre el texto definitivo del esquema de la constitución de la liturgia se aproximaron a las mil quinientas, muchas se repetían, otras proponían nuevos problemas. El ambiente pentecostal de los primeros momentos se vio ensombrecido por manifestaciones más o menos serias de amor propio herido.

Los problemas más serios vinieron de la música sagrada y de la lengua en la liturgia. El primero fue provocado por el presidente de la subcomisión de música, Mons. Angles, que no se armonizaba bien con las orientaciones de la secretaría general de la comisión. Y el segundo por la cosa en sí misma, aun mas difícil por todo lo que supuso más tarde la constitución apostólica Veterum sapientia, de Juan XXIII, firmada solemnemente el 22 de febrero de 1962 sobre la misma tumba de san Pedro. Por mucho que le pesara al papa Juan XXIII, el portillo de la lengua vernácula en la liturgia fue abierto en el pontificado de Pío XII con los rituales bilingües y otras concesiones, difíciles ya de suprimir, y amparadas con entusiasmo por el cardenal Ottaviani, secretario del Santo Oficio. Era una necesidad pastoral que había que afrontar con serenidad, y los ánimos estaban ya alterados por la nefasta reunión en la “Domus Mariae", antes indicada.

 

III) Concilio y desbarajuste postconciliar

LA PRUDENTE REFORMA DEL CONCILIO Y LO QUE VINO DESPUÉS…

La inauguración oficial del concilio Vatica­no II tuvo lugar el 11 de octubre de 1962. El primer esquema que sería discutido en el aula conciliar sería el de liturgia. Era mejor que lo hicieran sobre el esquema más viable de los que se encontraban totalmente elaborados. Los otros esquemas doctrinales se prestaban a fuerte bombardeo y sus efectos serían mas graves para la misma marcha del concilio. Los cuatro esquemas doc­trinales que se creía serían los primeros en ser examinados se referían a las fuentes de la revela­ción, al deposito de la fe, que se ha de guardar en toda su pureza; al orden moral cristiano y a la castidad, matrimonio, familia y virginidad.

El 16 de octubre de 1962 se comunicó a la congregación general del concilio -la segunda que se tenía- que el concilio comenzaría por el examen del esquema de liturgia. El 20 de octubre los Padres eligieron a los miembros de la comisión litúrgica: 16 en total, a los que el Papa añadió ocho mas. El 21 de octubre el cardenal Larraona, presidente de la comisión, nombró vicepresidente de la mis­ma a los cardenales Giobbe y Julien, y secretario al padre Fernando Antonelli, franciscano. Bugnini quedaba descartado. En el fondo de esto hay que ver la sombra de la famosa reunión en la Domus Mariae, ya indicada en otro capítulo. Esa sombra se proyectará a lo largo de toda la reforma litúrgica en un sentido o en otro. Todos los secretarios de las comisiones preparatorias del concilio fueron, como se esperaba, confirmados en sus cargos como secretarios de las comisiones conciliares menos el padre Bugnini. Al padre Bugnini se le quitó también el cargo de profesor de liturgia en el Instituto de Pastoral de la Universidad lateranense.

Los Padres conciliares discutieron el esquema de liturgia desde el 22 de octubre al 13 de noviembre de 1962. El ambiente general del concilio fue en general de gran altura intelectual y espiritual. Pero al margen del concilio se preparó un “miniconcilio” con algunas reuniones y conferencias de personas más o menos relevantes, que aparecían como especialistas de diversas materias determinadas. Algunas fueron interesantes, pero otras resultaron muy desacertadas, como la del benedictino Marsili el 3 de noviembre de 1962, que recibió una respuesta adecuada. Este bene­dictino, profesor y presidente del Pontificio Instituto litúrgico de San Anselmo de Roma, dejaba mucho que desear en sus publicaciones sobre liturgia y su intervención en el “miniconcilio” sembró más discordia que paz. Hay una diferencia de años luz entre él y el benemérito padre Cipriano Vagaggini, benedictino también, autentico teólogo de la liturgia.

“El concilio ha comenzado orando", escribió en aquellos días el Cardenal Montini a sus diocesanos de Milán y así era en realidad, pues se daba a la liturgia el honor que se merecía. Aunque los hombres obraron por otros motivos, la providencia de Dios se sirvió de ellos para sus fines inescrutables. Mas tarde, Montini, convertido ya en Pablo VI, dijo en el discurso de clausura de la segunda sesión conciliar: “Uno de los temas del concilio, primero en ser examinado y primero también, en cierto sentido, por su valor intrínseco y por su importancia en la vida de la Iglesia, el tema de la liturgia, ha sido llevado felizmente a termino… Vemos el reconocimiento de la escala de valores. El primer puesto, para Dios. Nuestro primer deber, la oración. La liturgia, fuente primera de la vida divina comunicada a nosotros, primera escuela de nuestra vida espiritual, primer regalo que podemos hacer al pueblo cristiano, que con nosotros cree y ora, y la primera invitación al mundo para que suelte su lengua muda en oración dichosa y sincera y sienta el inefable poder de rege­neración que tiene el cantar con nosotros las alabanzas divinas y las esperanzas humanas, por Cristo Señor y en el Espíritu Santo".

El 14 de noviembre de 1962 la asamblea con­ciliar dio su aprobación al esquema de liturgia como base del texto definitivo que había de tener en cuenta las enmiendas y observaciones hechas por los Padres conciliares. La votación dio este resultado: votantes, 2.215; votos favorables, 2.162; votos en contra, 46; votos nulos, 7. La comisión conciliar recogió las observaciones, enmiendas y sugerencias. Las examinó detenidamente y las admitió en el texto o las rechazó, según los casos. Los textos nuevamente elaborados se votaron por un orden riguroso en cada una de sus partes. Todos fueron aceptados por una mayoría de votos muy superior a la requerida para su aprobación. Es extraño que a veces los padres conciliares dieran su voto negativo en un número bastante elevado a textos pontificios; por ejemplo, esta frase del numero 10 del esquema: “… La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza", tuvo 101 votos en contra, y aparece casi con las mismas palabras en documentos de san Pio X, Pio XI y Pio XII. Doscientos cuarenta y siete padres votaron contra la frase que permitía la reiteración de la unción de los enfermos en una misma enfermedad grave prolongada. A la administración de ciertos sacramentales por los laicos se opusieron 607 padres; 509 votaron contra la supresión de la hora de Prima en el Oficio divino. Pero todo iba admitiendose paulatinamente. La comisión conciliar examinó cerca de tres mil votos iuxta modum, tan minuciosamente que a muchos les pareció exagerado.

El 22 de noviembre de 1963 el esquema de liturgia en su totalidad, corregido convenientemente, fue sometido a la votación de los Padres conciliares, con un resultado de solo 20 votos en contra. Luego, el 4 de diciembre del mismo año, fue votado de nuevo para su aprobacion definitiva, en presencia del papa Pablo VI, con un re­sultado de 2.147 votos favorables y cuatro en contra. De este modo el esquema de liturgia paso a ser texto conciliar. Era el primer documento definitivo del concilio Vaticano II.

Todo auguraba una reforma litúrgica basada en un amplio consenso en toda la Iglesia, pero la realidad fue más complicada. Para comenzar, con el postconcilio, y por arte de magia, reapareció en escena el P. Bugnini: Lo normal hubiera sido que se encargase de la aplicación de la constitución conciliar sobre la liturgia a la Congregación de Ritos, que era el dicasterio romano competente en esa materia, pero de modo extraño e inexplicable para la mayoría, el Papa quiso que en esta ocasión la aplicación la hiciera un organismo nuevo, a cuya cabeza puso al cardenal Lercaro y de secretario al padre Anibal Bugnini. Así, la sombra de la famosa reunión en la “Domus Mariae” y los proyectos personales del fraile al que el Concilio había dejado de lado, se proyectaban de nuevo en el tema de la liturgia en diverso sentido. El hecho se supo verbalmente el 3 de enero de 1964, la comunicación oficial se dio el 13 de enero del mismo año, aunque no se hizo pública hasta el 25 de ese mismo mes y año con el “motu proprio” Sacram liturgiam. Este organismo se llamo Consilium por gusto de los latinistas del Vaticano, que lo consideraban más clásico. En realidad era un orga­nismo plenamente constituyente y en seguida el tiempo demostraría que tenía la intención de actuar con gran autonomía y bastante manga ancha para todo lo que fueran novedades para poner a prueba, cosa que hizo hasta que en el 1969, ante la cantidad de abusos y experimentos que se producían en todo el orbe católico y que el Consilium no conseguía controlar, el Papa tuvo que devolver las prerrogativas de este organismo a la Sagrada Congregación de Ritos, donde desde el principio se había optado por la moderación. Por desgracia, en muchos aspectos era ya tarde.

En cierto modo los experimentos litúrgicos estaban indicados en los nn. 40 y 44 de la constitución Sacrosanctum concilium. En el artículo 40, numero 2, se dice: “Para que la adap­tación se realice con la necesaria cautela, si es preciso, la Sede apostólica concederá a la misma autoridad eclesiástica territorial la facultad de permitir y dirigir las experiencias previas necesarias en algunos grupos preparados para ello y por un tiempo determinado". En el artículo 44, que trata de la comisión litúrgica, dice al final: “La comisión tendrá como tarea encauzar dentro de su territorio la acción pastoral litúrgica, bajo la dirección de la autoridad territorial eclesiástica arriba mencionada, y promover los estudios y experiencias necesarios cuando se trate de adaptaciones que deben proponerse a la Sede Apostólica".

Se trataba de un procedimiento ordenado, tem­poral, limitado y bajo la autoridad de la Sede Apostólica y de los obispos. Pero hubo algunos (liturgistas, obispos, pastoralistas) que se creyeron verdaderos Consiliums o Congregaciones romanas para hacer y deshacer a su antojo y lo peor es que aún lo siguen haciendo. Decían que ayudaban a la Iglesia, pues esta podría escoger luego los ritos que mas le agradasen de cuantos ellos estaban ensayando por iniciativa propia. Esto comenzó a realizarse en 1964.

Cómo se estaría poniendo fea la cosa para que el 15 de febrero de 1965 saliese al paso de tales desbordamientos el mismo padre Bugnini, secretario del Consilium -defensor de una idea de reforma de claro contraste con la tradición y uno de los principales causantes de la apertura de esa especia de caja de Pandora que se había abierto en el ámbito litúrgico- que en un trabajo publicado en “Notitiae” se preguntaba: Quo vadis, liturgia? y decia: “¿Adónde vas, liturgia, o mejor, adonde la están llevando liturgistas y pastoralistas? El camino de la liturgia, seguro, luminoso, amplio, expansivo, es el indicado por la Iglesia y por el supremo Pastor. Cualquier otro camino es falso". Parece ser que al final algo había entendido el buen prelado, pero ya la cosa se había desbordado y aún hoy, con lo mucho que han cambiado los tiempos, todavía no lo han entendido algunos, incluso obispos y cardenales, que celebran la liturgia quebrantando las normas de la competente jerarquía de la Iglesia.

El problema fue tratado por el Consilium en varias ocasiones (cf. “Notitiae” [1966] 259; [1967] 290-292). También el Papa, como diremos en otro artículo, habló en diversas ocasiones sobre este punto, que tanto le angustió (cf “Notitiae” [1967] 127-128; [1968] 344-345). Imprudentes falsos liturgis­tas hacían alarde de una reforma litúrgica desquiciada. Esto entorpecía y perjudicaba a la re­forma litúrgica autentica de la Iglesia, pues los que la veían con prejuicios se fundaban en dichas extralimitaciones para atacarla. Fueron unos momentos difíciles, que todavía no han terminado. Son bien expresivos estos títulos de “Notitiae": Cuestiones desde Holanda (1970, 41), Autenticidad, hibridismo (ib, 72), Degradación de la litur­gia (ib, 102), Renovación con orden (1971, 49), ¿En que sentido debe ser renovada la liturgia? (1973, 288), etc. Hay que decir, a modo de comentarios, que el tener que preguntar en el 1973, tantos años después de la Sacrosanctum Concilium, en una revista oficial de la Santa Sede como es “Notitiae", en qué sentido había que renovar la liturgia, indica la confusión a la que se había llegado por entonces. No hay exageración. La realidad fue y es más alarmante hasta llegar a casos de verdaderos sacrilegios. Los ladrones sacrílegos son menos culpables que esos falsos liturgistas y pastoralistas, pues aquellos iban solo por el lucro, sin fijarse en lo sagrado, y estos con sus iniciativas han inferido graves ofensas a la sagrada Eucaristía por razones “pastorales", abusivas y monstruosas.

Por parte de la competente autoridad eclesiástica se tomaron todas las precauciones necesarias, pero el desbordamiento comenzó un poco en todas partes. Por eso en junio de 1965 el Consilium hizo unas declaraciones censurando el hecho de esa anarquía en materia litúrgica y puntualizaba concretamente los permisos que se habían concedido, dados a la autoridad eclesiástica territorial, para grupos determinados y por algún tiempo. En diciembre de 1966 la revista “Paris Match” publicaba unas fotografías de celebraciones eucarísticas domesticas que alarmaron al Vaticano. La Sede Apostólica creyó conveniente denunciar la arbitrariedad y el mal espíritu que esto reflejaba. Así lo hicieron la Congregación de Ritos y el Consilium (cf. “Notitiae” [1966] 37-49). El 5 de septiembre de 1970 se publicó la tercera instrucción Liturgicae instaurationes, y en ella se trataba una vez mas de los experimentos en materia litúrgica. Después de recordar los principios antes indicados, se decía: “Por lo que respecta a la Misa, todas las facultades concedidas con vistas a la reforma han de considerarse caducadas. Publicado el Misal romano, las normas y la forma de la celebración eucarística son las establecidas por la Instrucción general y por el Ordo missae".

Sin embargo, se volvió a crear no poca confusión al permitir a las Conferencias episcopales conceder el permiso para experimentar aquellas adaptaciones previstas en los libros litúrgicos que han de ser estable­cidas por las respectivas Conferencias episcopales y confirmadas por la Sede Apostólica. Las normas de esas experiencias litúrgicas estaban dadas con bastante claridad, pero en los mismos centros de experimentación designados por el Consilium y la autoridad eclesiástica territorial no se observaron las condiciones propuestas, sino que se obró con gran arbitrariedad y sin criterio litúrgico alguno.

Las voces de la Jerarquía se elevaban, pero nunca mejor dicho, como una voz en el desierto (desierto de obediencia, de amor a la Iglesia e incluso de sentido común). El 30 de junio de 1965 el cardenal Lercaro, presidente del Consilium, escribió una carta a los presidentes de las Conferencias episcopales contra las experiencias e iniciativas personales y arbitrarias, por su individualismo y su oposición a las tareas del Consilium. En diciembre de 1966 la revista “Notitiae", ógano oficial del Consilium y luego de la Congre­gación para el Culto divino, repetía la misma censura, ya que, después de veinte meses de la carta del cardenal Lercaro, la situación no solo no había cambiado, sino que había empeorado. El 29 de diciembre del mismo año apareció una declaración conjunta de ambas instituciones, la Congregación de Ritos y del Consilium condenando enérgicamente toda celebración arbitraria de la liturgia, principalmente la sagrada Eucaristía.

Fuente: InfoCatólica

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